top of page
Buscar

#1

Estoy escribiendo sentada en el sofá y por la ventana entra el ruido de los coches pasando. Se mezcla con el sonido de los pájaros, mis gallinas cacareando y algún que otro niño jugando.

Como cada mañana, escribo para quitarme un peso de encima, como la digestión que va después del desayuno. A veces sale de mis adentros amor, y a veces salen tormentos.

El sonido que entra por la ventana cuando otro coche pasa me molesta bastante y automáticamente mi cerebro se para por completo para acto seguido pensar en el horror que sería si el sonido que entra por la ventana fuera el de bombas cayendo y no el de coches pasando.

Los niños siguen jugando fuera y pienso cómo cambiaría este momento si esas voces fueran gritos desesperados de dolor y miedo.

Hoy no tuve tiempo para cocinar demasiado, y desayuné avena con varias cosas ricas.

Hay vida creciendo en el huerto y en mi teléfono suena el batiburrillo primaveral de planes surgiendo todo el rato.

Me apunto a casi todo.

A las cenas, a los conciertos, a las charlas, a los paseos, a los abrazos.

Me apunto a casi todo.

El bloqueo vital que me ataba como una camisa de fuerza durante los últimos años, empieza a desprenderse de mi persona y me siento en mi cuerpo otra vez.

Pienso a menudo en lo bien que me siento esta primavera.

Y casi a diario pienso que me siento tan bien que me siento fatal.

Me siento fatal enamorándome cada mes mientras el amor de la vida de alguien sigue perdido entre los escombros.

Me siento mal bailando a oscuras con un desconocido quedándonos sordos al lado de los altavoces mientras a a los hijos de alguien les pitan los oídos por el estruendo de las bombas.

Me siento mal porque tus suspiros y mis suspiros suenan al mismo tiempo que alguien toma su último aliento.

Me siento mal por no quedarme en ese suspiro un rato más.

Me siento mal por volver a casa.

Me siento mal por querer mudarme 500 veces y no tener que dejar toda mi vida atrás, enterrada, perdida.

Me siento mal llorando por un corazón que solamente se rompe en forma de palabras mientras más de 60.000 corazones han dejado de latir en Gaza.

Me siento mal por no besarte ahora, o el otro día y me siento mal porque besarte sea mi único miedo.

¡Qué ironía! Sentir que el mundo se desploma mientras cada vez me siento más viva.

¿Qué pasará si yo llego a vieja? ¿Con qué cara le diré a las nuevas personas que mientras estaban asesinando a cientos de personas al día, mi lucha fue sentirme mal por estar tan viva?








 
 
 

Comentarios


© Marina Seijas

bottom of page